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viernes, julio 26, 2024

Una matriz conceptual para entender el mundo

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Con el paso de los años el mundo se ha vuelto un lugar cada vez más complejo. Yo mismo, que me considero desde la filosofía un escrutiñador de la naturaleza, he tenido que ajustar constantemente mis parámetros de percepción y desechar muchos datos que al principio parecían adamantinos, como para intentar llegar a una comprensión, mínima pero formal, de la realidad política. Esta breve nota abona a esa experiencia.

¿Cómo ofrecer al lector de manera sencilla un tema que, si no se explicita con eficacia, puede arrojarnos a un laberinto conceptual? Creo que la respuesta es confrontarlo tal cual es: sencillo, rotundo, mínimo. Estoy consciente que, de alguna manera, se perderán algunos de los matices de la hipercomplejidad de los fenómenos sociales, pero el caso contrario sería procurar un exhaustivo análisis histórico muy impropio de un ejercicio casi periodístico. Menos es más.

Sólo habría que referir que las minucias de este examen político ya fueron fatigadas en los libros, artículos, exposiciones y debate de los círculos académicos, particularmente los del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la UNAM en México.

En resumen, propongo al hipotético lector de esta cartulina una matriz conceptual para entender la gran mayoría de los fenómenos políticos desde el advenimiento del siglo XXI. Aunque las bases teóricas se formularon en el XX, lo que va de este siglo nos ha dado la oportunidad de poner a prueba algunos nuevos esquemas al comenzar el vertiginoso camino al presente, exasperando todo tipo de asiento común y dejando a muchos en la confusión.

Mi esquema, pues, es la siguiente: son cuatro las principales regiones políticas. Existe la izquierda globalista junto a la izquierda nacionalista, por una parte, pero también la derecha nacionalista y la derecha globalista.

Desde una óptica sociológica, el desarrollo geopolítico y comunitario desde los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 también hizo colapsar la antaña distinción derecha vs izquierda que aquí llamaré clásica, y que por muchos siglos mucho se entretejió tanto en el imaginario del ciudadano de a pie como del investigador. Por otra parte, el auge de la nueva y precisa distinción de nacionalistas vs globalistas sólo podría revelarse en todo su universalismo (característica de una auténtica explicación científica) tan pronto se derrumbase, ¡también! la filosofía anglo-neoliberal.

Conviven de ese modo las cuatro rúbricas. Aquélla debido al peso de la costumbre, y ésta, tras su aparición, debido a la urgencia con la que los acontecimientos contemporáneos nos exigen claridad y, lo más importante, debido a la urgencia de la experiencia de la verdad antes que de lo acomodaticio. Estrictamente, la distinción clásica tendría que ser completamente abandonada a la brevedad. Esa obvia imposibilidad hace converger a ambos mundos conceptuales en una suerte de interregnum de la mente que ve morir un mundo para amanecer el otro. Ello quiere decir que un principio de pragmatismo exige ceñirse a esa cuádruple distinción, por lo menos antes de que la llamada “inteligencia artificial” interrumpa en la vida humana de manera decisiva, contundente y, en un descuido, hasta problemática en los próximos diez o quince años.

Hasta aquí la parte teórica. Valdría quizás la pena poner un ejemplo de la auténtica potencia de esta distinción —cuya genealogía y elaboración he omitido deliberadamente para entrar tan pronto como fuera posible en el concepto mismo— tomado del acontecer político mexicano, categoría, por cierto, también muy forzada y que hizo pensar a la gente que existe una línea que separa al “Estado” de la “sociedad civil”.

Si uno piensa, pues, en las graves cuitas que atraviesa la coalición revolucionaria de la 4T en su novel-ala-partidista, es decir, morenista, y al poner en práctica esta cuádruple y sencillísima matriz conceptual, entonces, será posible poner en evidencia que la lucha de la izquierda consigo misma corresponde a sus dos versiones antitéticas, tanto la nacionalista como la globalista. Es evidente que el presidente AMLO se encuentra perfectamente establecido en el cuadrante de la izquierda nacionalista/soberanista, lo que incluso facilitó el acercamiento y entendimiento con el ala opuesta, derechista, del presidente de EEUU, Donald Trump.

En una palabra, Donald Trump hizo buena miga con AMLO debido a que comparten una filosofía nacionalista en común, lo que les une contra el globalismo de derecha e izquierda, respectivamente, y del que no se desconoce su financiamiento internacional y bancario. Antes que izquierda nacionalista, quizás, sería preferible hablar de nacionalismo de izquierda, debido a que prima la nueva sobre la vieja distinción. Obama, por su parte, se colocaría en el cuadrante del globalismo de izquierda. Finalmente, el último cuadrante, el del globalismo de derecha, debe ser puesto en función de la monarquía británica.

Se confrontan como antitéticos y rivales, de ese modo, Donald Trump y la corona británica, lo que termina por emparentar irónicamente al globalismo de izquierda “demócrata” con los intereses tanto del Palacio de Westminster como de la banca anglosajona trasnacional asentada en la City de Londres, con Wall Street en Nueva York haciendo las veces de espejo existencial transfronterizo.

Como es posible percatarse, la benigna dificultad de seguir estos ejemplos radica más en el mundo de los acontecimientos sociales, infinitos, que en el establecimiento de los principios asequibles en los que se funda nuestra pequeña y minimalista matriz conceptual. Será tarea del lector ir ajustando nombres y facciones a los cuatro cuadrantes. ¿Dónde se ubicaría por ejemplo el globalismo de Baby Bush? El caso de Felipe Calderón es interesante debido a que la derecha mexicana representa en EEUU a la izquierda demócrata, por lo que debe ser emparentado ideológicamente con el presidente Barack Obama, lo que incluso revela la fortaleza taxonómica de la metáfora del espacio (derecha o izquierda, arriba o abajo, centro, periferia, etc.), tema que ahora dejo de lado. Según ellos, por ejemplo, sus esfuerzos han radicado en combatir cualquier tipo de actitud dictatorial que se oponga a la democracia occidental. Para quien desconozca nuestro cuadrante y asumiendo que sea un globalista de izquierda, por tanto, hablar de cualquier tipo de nacionalismo implicará, con maniqueísmo e ipso facto, pertenecer al espectro ideológico de la tendencia hacia la “dictadura”. En realidad no hay nada más equivocado.

Toda ciencia es también un juego del entendimiento, y estoy seguro que el lector encontrará el lugar exacto del que emanan los conflictos al hacer gravitar en torno a un sentido esclarecedor las palabras y las cosas, les mots et les choses. ¿O no es cierto que las palabras unen al concepto con la realidad?

Quod erat demonstrandum.

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