Carlos Susarrey
El título de esta columna debe leerse como un panfleto. No es en contra de la sociedad femenina. Es un panfleto en contra de la sociedad masculina a la que pertenezco.
Tengo una vida asociada naturalmente al que, hoy por hoy, es considerado por las luchadoras sociales —activas o pasivas, sin importar las condiciones de su trinchera— como el bando en contra.
Nosotros, el bando en contra, tenemos la obligación y, además, estamos a tiempo para entender muchas cosas, miles de cosas. Metafóricamente hablando, yo represento un personaje social con una característica específica que trunca en automático la evolución del sexo femenino. Peor aún, la evolución es truncada sólo porque sí, en la mayoría de las veces.
Hay rasgos que no podemos elegir en el momento de nuestro nacimiento, uno de ellos es el sexo con el que naceremos. Imaginen el tamaño del problema desde ese punto: generación tras generación de especímenes nacidos bajo el sexo masculino, heredamos características que fomentan un desarrollo en el que se tiene como herramienta para poder sobresalir socialmente el opacar, el aplastar, el denostar, el oprimir, el dominar al sexo opuesto.
Aun y que el problema, evidentemente, permea a nivel mundial, tomemos por ahora solamente el caso de México. Aquí, esto es parte del problema:
“Que la mujer, cuyas principales dotes sexuales son la abnegación, la belleza, la compasión, la perspicacia y la ternura, debe dar y dará al marido, obediencia, agrado, asistencia, consuelo y consejo, tratándolo siempre con la veneración que se debe a la persona que nos apoya y defiende, y con la delicadeza de quien no quiere exasperar la parte brusca, irritable y dura de sí mismo”
Estoy citando un fragmento de La Epístola de Melchor Ocampo. Cada que alguien contrae matrimonio al civil, se les lee e incita a adoptar como dogma este documento que data del siglo XIX.
Estamos en el siglo XXI.
La sociedad mexicana está estructurada para conseguir llegar, tarde o temprano, a ese fin. Naces, creces, te desarrollas, TE CASAS y, si eres mujer, te sometes. Ese es el ideal social común.
Como sociedad, somos partícipes de esa costumbre añeja, caduca, oxidada, inadaptada, dañina, tóxica, violenta, machista, involutiva, cuadrada, obtusa, alevosa, esclavizante y, si eso fuera poco, vitalicia.
No considero necesario mencionar detalles que nos deprimen el ánimo, relacionados a los últimos feminicidios que se han llevado a cabo por todo el país. Pero sí considero necesario establecer que, el móvil sustancial de los feminicidas, se alimenta principalmente de esa constante promoción figurativa en contra de las mujeres. Técnicamente, desde que nacemos, se nos inserta en el chip que es socialmente bien visto irrespetar a una mujer de cualquier edad o condición social e intelectual. A nosotros, como hombres, se nos trata como al ratón que logró ponerle el cascabel al gato. Entre más atractiva mental, física, espiritual y moralmente sea, mayor el premio por sobajarla.
Por lo tanto, ¿Melchor Ocampo tiene la culpa de los feminicidios cometidos atrozmente en la actualidad?
Sí, es un feminicida imprudencial. Él redactó y alguien aprobó esa bajeza en contra de otro ser humano.
Yo, como espécimen masculino, ¿tengo la culpa de los feminicidios cometidos en la actualidad?
SÍ, ME DECLARO CULPABLE. Fui parte de esa masa amorfa que, a lo largo de mi (de)formación, opaqué la figura femenina que tuve cerca, antes de lograr el desarrollo que actualmente me permite discernir los rasgos heredados de un núcleo machista. No sólo discernir, también cuestionar y corregir mi postura, muy a tiempo. Fui parte del problema, soy tan culpable como cada uno de los perpetradores de odio hacia la mujer.
¿Es necesaria la violencia manifiesta que han tenido las anteriores marchas y, partiendo de ahí, llevar a cabo la del próximo día 9? Sí, completamente de acuerdo: nunca un movimiento social ha logrado que sus consignas sean tomadas en cuenta pidiendo las cosas “por favor y gracias”.
¿Era necesario llegar a tal altura para que las mujeres dejen de ser tomadas en cuenta como una raza inferior? Personalmente, declaro que no, pero no puedo volver al pasado para corregir la construcción social que nos llevó a este extremo, en el que la mujer debe salir a gritar que le quitemos el pie del cuello.
No debemos esperar a que a nuestras mujeres nuclearmente cercanas les suceda algo para entender que las cosas deben ser diferentes. Una de las maneras de parar los feminicidios es crear conciencia individual, para después aplicarla comunalmente. Dejemos de usar la palabra feminazi. Dejemos de verlas como una amenaza. Dejemos de tirarnos al piso a hacer berrinche porque ya no las podemos acosar en la calle. Seamos empáticos. Hagamos nuestra parte del trabajo y que el gobierno actual sea obligado a hacer la suya por medio de esta y las marchas que sean necesarias.
Esta es mi consigna para la próxima marcha y todas las que vengan:
Estamos a tiempo de darle atención médica al tejido social, ese cáncer es curable, está siendo detectado a tiempo.
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