Miguel Cabrera
Shlomo Avineri, profesor emérito en ciencia política de la Universidad Hebrea de Jerusalén advierte con acierto en su artículo “El coronavirus ha acabado con el neoliberalismo e incluso Trump lo sabe” del portal israelí Haaretz que el modelo desregulador establecido por Margaret Tatcher y Ronald Reagan ha llegado a su fin.
Comenta que “este modelo luchó para limitar el rol del estado tanto como fuera posible mientras expandía el poder del libre mercado”, opinión que por cierto también ha compartido Adam Przeworski, académico estadunidense de origen polaco, y uno de los más acérrimos teóricos del “estado mínimo”. Avineri cita a Reagan para quien supuestamente “el estado no era la solución, sino el problema”, juicio que valió la desmantelación del estado de bienestar. En este punto nodal comiezan los verdaderos problemas lingüísticos.
Avineri confunde estado con gobierno, lo cual no es decir poco. Por otra parte, no pienso desbrozar aquí una disquisición sobre filosofía política pero sí al menos es necesario referir que la teoría histórica que divide o antepone la sociedad civil frente al “estado” es sólo la vertiente anglosajona del pensamiento político. Desde mi punto de vista la extensión y enquiste psico-social de esa idea sólo se debe a la máxima geo-colonización de la cultura nórdica que logró, muchas veces para bien, hegemonizar al idioma inglés como lingua franca, pero que ha traído la falta de sindéresis cartesiana respecto a lo que implica la definición misma, vital, de lo político. Para muchos ciudadanos, haber nacido es haber nacido, de facto, cuasi-anglosajón, por lo que en este punto va a ser necesario ahondar en el terreno de las autocracias culturales.
Afirma que el neoliberalismo incluyó la privatización de los servicios públicos, tanto de salud como de educación, además de aceitar la maquinaria de la desregulación financiera con el objetivo de que los mercados —como el concepto de catalaxia de Friedrich Hayek, padre de la escuela austríaca de economía en que supuestamente de la completa libertad (en este caso de los mercados) que puede ser caótica emana espontáneamente el orden— lograsen estabilizar a través de la competencia empresarial el desarrollo político, sí, pero derivado del supuesto equilibrio económico proporcionado por la óptima distribución de la riqueza, con lo cual se exhibe no solamente una profunda ignorancia de que los procesos políticos anteceden a los económicos sino una ingenuidad tremebunda respecto al concepto mismo de poder, definido magistralmente por Aristóteles hace más de dos mil años como posibilidad, de la misma manera que para el Estagirita la riqueza se concebía no como propiedad sino como uso.
Destaca que la ideología conservadora del neoliberalismo ignoró el camino desde la Segunda Guerra Mundial hasta el estado de bienestar que le sucedió, y termina por elogiarlo como un punto medio entre el comunismo y el fascismo ocasionados por las crisis económicas de la década de los veinte y treinta. Destaca de ese modo la labor de John Maynard Keynes, economista británico de altas polendas defensor del estatismo y del “New Deal” de Frankin Roosevelt, que de manera interesante marca algunos de los vectores teóricos de la economía política abanderada por la 4T: infraestructura y activación de la micro-economía a través de la dispersión de recursos popular.
Critica la falta de reflejos de los mercados ante las crisis como la del covid-19 en que eventualmente todo mundo termina por fijar la vista en la capacidad estatal de sortear la adversidad. Aquí Avineri recurre a la idea de que el estado termina por hacer grandes labores de rescate como hace unos días sucedió con la aceptación por parte del Congreso de EEUU y la Federal Reserve con medidas para activar la economía con el fin de paliar un fenómeno semejante a la Gran Depresión, lo cual no es sino caer en un equívoco al concebir siquiera que entidades no financieras emergen para armonizar una situación de caos financiero. ¿Qué no la Federal Reserve es una entidad formada por un conglomerado de bancos privados? Derivado de la confusión gobierno-federal-igual-a-estado, Avineri termina por defender lo indefendible al afirmar que “el próximo gobierno tendrá que entender que sin un fuerte apoyo estatal la economía no podrá rehabilitarse”, léase: el rescate de la economía proviene de las meta-entidades financieras. El no-Estado rescata al no-Estado. ¡Completamente contradictorio!
Arremete contra los peligros de esa intervención que podrían ser necesariamente, a su juicio, como los procesos ya observados en la historia del siglo XX: totalitarismo, militarismo a ultranza, cooptación de las libertades y surgimiento de actos de excepción, por los que se debe cuidar que una democracia no recaiga en los errores del pasado. Termina por emitir una apología a favor del “democrático” estado de Israel. Dejaré para otra ocasión la más que necesaria problematización y aclaración de lo que significa la democracia si se toma en cuenta la historia de las ideas desde la antigüedad, época histórica que es más vigente que nunca.
En resumidas cuentas la teoría democrática del eje EEUU-Gran Bretaña-Israel que en realidad se basó en la filosofía política del médico John Locke del siglo XVII y que separa al estado de la sociedad civil que debe proteger drásticamente las libertades individuales ha logrado enquistarse en el imaginario político de la gran mayoría de la población del mundo gracias al poder blando pero hegemónico del mundo anglosajón, así como a sus conquistas coloniales a través del río heraclíteo del tiempo. Aunque acierta al sepultar al neoliberalismo, Avineri demuestra su falta de pluralismo filosófico al adherirse religiosamente a una sola vertiente del pensamiento político. La sociedad también es parte del Estado, como lo percibieron entre otros pensadores Ernesto Laclau, cuya conceptualización de la democracia como radicalismo implica admitir en el fuero interno de la experiencia política a todos los ciudadanos integrados en un sólo vector decisionista para generar no solamente un cambio en la teleología de un país sino una dinámica legislativa que termine por afianzar esa potencia política como revolucionaria y fundar ahora sí al Estado, que sería la suma de gobierno, instituciones y sociedad.
Termina por hacer notar una supuesta paradoja, a saber, que en tiempos de fortalecimiento de todo lo estatal es necesario a su vez el de la sociedad civil y sus instituciones. Con lo que aquí hemos hecho notar ya disolvimos esa paradoja y aclaramos que la sociedad civil no se contrapone a él. ¡Quod erat demonstrandum!
Hemos de agradecer al neoliberalismo, entonces, que sus excesos y su eclosión permitan re-hacer el concepto de república según los criterios de la incorporación del pueblo en los procesos deliberativos, a lo que se le debe sumar lo más posible el concepto de soberanía cultural con regionalismos creativos y que conlleva a la revaloración de todos los corpora de mitologías y cosmogonías, —en este caso del México incrustado ya de facto por causas geohistóricas y geopolíticas dentro de dos conceptos, Norteamérica y América Latina, como si se tratase de un diagrama de Venn—, y cuyo fecundo limo civilizatorio es sin fin.
Enlace al artículo de Shlomo Avineri: https://www.haaretz.com/opinion/.premium-coronavirus-has-killed-neoliberalism-even-trump-knows-that-1.8717467
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