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jueves, noviembre 21, 2024

La realidad de África es la realidad de América Latina: comentario sobre el ascenso de la multipolaridad y del renacimiento cultural

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Miguel Cabrera


Uno de los aspectos más fascinantes de la geopolítica es el efecto dominó que provocan los acontecimientos que a nuestros ojos puedan parecer lejanos, así como la relación interdisciplinaria que desde el análisis explica el mundo y le da sentido. Que Irán cierre el estrecho de Ormuz, por ejemplo, provocaría una catástrofe mundial que comenzaría tan solo con el alza volcánica del precio del petróleo. Por otra parte solemos juzgar en México la importancia de los fenómenos sociales de acuerdo al ranking psicológico del país en que se originan. En ese sentido, llamar la atención de algunos terroristas en el África subsahariana podría pasar por un futil intento de análisis en el marco de las disquisiciones de coyuntura. Mi objetivo será demostrar lo contrario.

El continente disputado es el África, el de mayor recursos en el mundo y sometido históricamente a la inmarcesible política exterior de Occidente, particularmente de la relación esclavista con el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial —instituciones por las que su deuda asciende a 450,000 millones de dólares—, así como al colonialismo cuyas improntas en el inconsciente colectivo le han legado una mezcla de resignación y esperanza. Pero seré sintético: 1) desde 2007 China comenzó a superar a EEUU en el volumen correspondiente de inversiones con un monto anual de 200,000 millones de dólares. 2) El primer “Encuentro Sino-africano de Economía y Seguridad” se llevó a cabo en julio de 2019. 3) En los últimos años 40 naciones africanas se han sumado al proyecto de la Ruta de la Seda, lo que ha encendido las alarmas de los neo-conservadores en EEUU.

Beijing se coloca así como el principal socio económico de África, donde operan cerca de 10,000 empresas chinas. También los préstamos asiáticos han llovido a cambio de recursos naturales como el caso del cobre de la República del Congo o el petróleo de Angola.

Algunos meses después del encuentro sino-africano se llevó a cabo, en octubre de 2019, su evento gemelo, el primer “Encuentro Ruso-Africano de Economía y Seguridad” en la icónica ciudad de Sochi —que junto con Astaná en Kazajistán es sede de los acuerdos entre Putin y el neo-otomano Erdogan para cooperar en el conflicto de Siria.

Desde 2009, Rusia ha aumentado sus inversiones en el continente africano para llegar a la suma de 20,000 millones de dólares anuales con el objetivo de canalizar los recursos a las áreas de infraestructura, energía, cultura y asistencia militar.

En el rubro energético, Rusia colabora cercanamente con Egipto, donde la paraestatal Rosatom construye actualmente el primer reactor nuclear en la ciudad de Al-Dabaa. Acuerdos semejantes han acercado a Etiopía, Nigeria, Kenia, por un parte, y con Ghana, Burkina Faso, Libia, para construir infraestructura ferroviaria.

Naturalmente, con un mayor presencia de Rusia y China, los africanos ven en una alianza con Eurasia la oportunidad de vindicarse históricamente e intentar salir del apartheid al que fueron sometidos y que les impide desarrollar tecnología de primer orden. Ello se origina de los mismos empréstitos originados de las instituciones nacidas del caduco orden de Breton Woods, el FMI y el Banco mundial, que prohibieron el desarrollo de rubros estratégicos como la energía hidroeléctrica o la energía nuclear, permitiendo acaso la extracción minera y petrolera, pero sólo por los tentáculos occidentales de una Barrick Gold o Standard Oil.

No podría parecer fortuito, entonces, la aparición del brazo militar de EEUU en la región, AFRICOM, cuya presencia coincidió con el aumento de la actividad yihadista en África desde 2010 y un incremento de 960% (!) de la violencia entre 2009 y 2018.

Recientemente las agrupaciones terroristas de al-Qaeda (Jama at Nasr al-Islam wal Muslimin, JNIM) y el Estado Islámico (Estado Islamico en el Gran Sahara, ISGS) se acomodaron, pese a sus irreconciliables diferencias ideológicas, para cooperar en la desestabilización de la región del Sahel, el cinturón sub-sahariano de 5,400 km que recorre al continente desde Mauritania y el Sahara Occidental en el Atlántico hasta Eritrea y Sudán en el Mar Rojo.

Ambas agrupaciones surgieron en Malí central y el norte de Burkina Faso, —coincidentes con las regiones en que Rusia expande su esfera de influencia construyendo infraestructura ferroviaria—, y cuyos enemigos involucran tanto a los gobiernos de Malí, Burkina Faso o Nigeria como a las tropas francesas (con 5,000 soldados) y los de la Misión Multidimensional Integrada de las Naciones Unidas para la Estabilización en Malí, MINUSMA.

En sintonía con el retiro, —que más que retiro fue re-distribución—, de las tropas estadunidenses en Siria por órdenes de Trump, el Pentágono consideró reducir su presencia militar en África para concentrarse en otros frentes. En el hipotético escenario  del incremento de la actividad yihadista, la situación podría demandar una mayor acción militar de Europa, que a su vez podría verse amenazada por una nueva ola de migrantes, tal como sucedió con la guerra en Siria que desplazó a 3.5 millones de personas hacia Turquía y Europa continental, principalmente.

Como con la causalidad, el conocimiento también opera por analogías. La realidad es que el mundo multipolar exige la interacción de las tres más grandes superpotencias, EEUU-Rusia-China, que suelen expandirse en sus respectivas esferas de influencia hacia los demás países. El caso de América Latina, de ese modo, descuella por encontrarse capturado dentro de las murallas extraterritoriales de EEUU. También nuestro continente ha sido objeto de un apartheid tecnológico y político. África es a las instituciones de Breton Woods, entonces, lo que América Latina a EEUU, algo que más que llevarnos por el derrotero de la frustración y el pesimismo nos invita a re-pensar filosóficamente la razón de ser de los latinos, que no es poca cosa, e intentar distinguir una ontología particular y teleológica (es decir, con propósito), pese a la pluralidad de culturas que nos conforman, desde México hasta la Patagonia. Exponer la analogía con la aparentemente lejana África, de ese modo, implica revalorizar un existencialismo cultural e identitario realista, pero con enfoque geopolítico.

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