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viernes, marzo 29, 2024

Revolución americana: elecciones en EEUU 2020 y un nuevo paradigma colectivo

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En su más reciente discurso en la ciudad de Carson, Nevada (domingo 18 de octubre), el presidente Donald Trump refirió la necesidad de “Un sólo movimiento, un sólo pueblo, una sola familia, una sola nación”. Tal llamado podría parecer usual para un país que pronto eligirá un nuevo presidente. Lo particular, no obstante, radica en el hecho de lo insólito de esa declaración en suelo estadunidense proviniendo de un dirigente atípico como el ex-casinero. Esta nota aspira a dar razón de ese anatema.

Es el año 1847, y uno de los filósofos estadunidenses más rescatables, Ralph Waldo Emerson (introductor del trascendentalismo y la poesía persa en Occidente con influjo en Nietzsche, Borges o el célebre Ludwig von Mises como se verá), escribe uno de sus ensayos más duraderos: “Sobre la auto-suficiencia” (Self-reliance). En él se afirma la necesidad de una ética enfocada en la soberanía del individuo, cuyo fin es absorber de la naturaleza su divinidad para forjar a través del trabajo, los méritos propios, el genio y la creatividad aquel llamado de felicidad tan prodigado por la filosofía utilitarista de corte protestante. El ser humano autosuficiente de ese modo es aquel que descubre la mente de Dios en la suya, con lo que logra rechazar las convenciones de la sociedad y proclamar una nueva condición humana independiente, libertaria, única. Tal proyecto de supremacismo individual, ya se observa, nos comenta Emerson, debe ser contrario al colectivismo que, bárbaro o ilustrado, patricio o plebeyo, impone sus opiniones y aniquila al genio particular:

“La sociedad en cualquier lugar no es sino la conspiración contra la humanidad de cada uno de sus miembros […] La virtud que más demanda para sí es la conformidad a sus reglas. La autosuficiencia es su aversión. La sociedad no ama las autenticidades y a los creadores sino a los nombres y las convenciones.”

No puede ser extraña esta unitaria convención por la razón individual. Estados Unidos, a final de cuentas, se formó según los postulados weberianos que hacen gravitar al espíritu del capital en el excepcionalismo de un ser humano que se aleja de las cadenas del caos para forjar un orden que revista a sus integrantes de seguridad privada, libertades individuales, tierra, trabajo y prosperidad. Esto no es, pues, ninguna novedad.

Lo significativo, a mi juicio, estriba en esa radical afirmación que empareja al invididualismo emersoniano con la apología del soberanismo utilitario de la filósofa de la indiferencia y el nihilismo Ayn Rand, tal como demuestra Allen Mendenhall para el portal Mises Institute, ideológicamente vinculado al neoliberalismo financierista a ultranza, paradigma ideológico que ha llevado al mundo a un cataclisma económico y que ha de comenzar a disiparse en los próximos años, según refiere el Foro Económico Mundial con sede en Davos.

Para Allen Mendenhall: “Como Emerson, quien no quería negar al ser-individual al sacrificarlo en los criterios sociales de corrección o respeto morales, Rand creía que el ser-individual es la base de la ética. El propósito moral del individuo, para ella, propalaba la búsqueda racional del interés personal y la felicidad. Esta búsqueda sólo era posible en ciertos sistemas de organización social, y aquel que Rand dimensionaba como el ideal para el florecimiento humano era el capitalismo. […] Cuando el economista austríaco [Ludwig von] Mises —apologeta del liberalismo clásico anglosajón— critica el universalismo y el colectivismo como sistemas de gobierno teocrático se torna a William James [uno de los padres del pragmatismo anglosajón moderno], él mismo un emersoniano y alguien que influyó en Henry Hazlitt [un periodista estadunidense de temas financieros vinculado a las ideas de Mises]”.

Este es, por tanto, el primer punto nodal desde de una óptica diacrónica de largo plazo. Nos encontramos de ese modo en el terreno de la fundamentación teórica del libre mercado a través del liberalismo y su espejo el anarquismo, —tal como ha demostrado ya David S. D’amato—, cuyo desenlace y caída en 2008 habría de generar una percepción escéptica en torno a la desregulación de los órganos financieros internacionales, con el resultado del ascenso de los regionalismos, el fin de la globalización y la destrucción de la riqueza por la cual los emersonianos se sentían orgullosos, todo ello adscrito al nuevo modelo de la multipolaridad que sustituyó la taxonomía izquierda/derecha por la de globalistas vs. soberanistas, aunque otros filósofos como Constanzo Preve sugieren la taxonomía eurocentristas vs. euroasianistas.

Por otra parte es importante destacar la animadversión que Ludwig von Mises profesaba por el colectivismo cuando lo definía como parte de un sistema teocrático, concepción que es posible poner en relación con el concepto geomitológico de Estados Unidos como pueblo elegido aliado de Israel de la mano del conocido lema “In God we trust”. Tal carácter como fuerza de predestinación ha restallado preponderantemente aunque de manera falaz y sesgada resultando en amplias ganancias para el complejo industrial militar a partir de 2001 con el atentado al WTC y el estado de excepción que legitimó las invasiones de Bush en Medio Oriente duramente criticado por otro filósofo destacado, el italiano Giorgio Agamben, fenómeno militar que al día de hoy sigue dejando una estela sangrienta en Libia, Siria, etc. e invocado a través de la campaña oficialista en la que EEUU habría de salvar al mundo del terrorismo árabe mundial y de todo fundamentalismo religioso violento ajeno al concepto de democracia.

Seguramente Emerson habría condenado esa campaña pero habría elogiado paradójicamente el excepcionalismo que dota de sentido la formación de un orden estadunidense mundial forjado a través de la creatividad de sus genios cuasi-solipsistas sin enfoque humanitario o pluricultural. La felicidad, de ese modo, se vuelve un objeto de conquista al que sólo unos cuantos logran acceder, sin poseer necesariamente escrúpulos morales. Hace sentido entonces que algunos especuladores que he escuchado en diferentes podcasts apelen al concepto de soberanía individual de Emerson para desmarcarse de las consecuencias sociales del manejo irresponsable de sus movimientos en la bolsa de valores, como si las sociedades fueran el objeto natural de un darwinismo social donde el concepto económico neoliberal de “competencia perfecta” arroja a algunos competidores a ganar irremediablemente debido a su vez a un contradictorio hálito de pre-destinación, según suelen pensar quienes nacieron en EEUU. Traducción: todos tenemos el mismo derecho a la felicidad pero unos más que otros, es decir, los que hemos puesto en práctica el genio independizándonos de la sociedad, aunque pertenezcamos a una que nos ha dado una “ligera” ventaja.

Y así los Bloomberg, los Gates, los Buffett. ¡Tremenda paradoja o hipocresía!

En ese enclave histórico aparece Donald Trump. Aunque en 2016 se hizo más bien del voto de los WASP´s, comunidad de bajo perfil que suele no aparecer en los mass media, es evidente que para su re-elección se ha servido no solamente del voto latino, sino del resto de minorías étnicas e ideológicas que lo propulsan desde los acontecimientos del Black Lives Matter a un probable nuevo período de cuatro años. He aquí el segundo punto nodal: la crisis económica que ha barrido con el país —limitándolo en infraestructura, en la creación de una nueva clase media, y que ha visto a una generación sumirse en el desempleo que se estima en 60 millones desde el inicio de la pandemia del C19, aunado al déficit fiscal de 800 mil millones de dólares que lo ha empujado a una guerra comercial con China, pero también en su polarización civil con la amenaza de un jaque mate en el hipotético estallido de una guerra civil—, ha dejado en el olvido la idea emersoniana de soberanía individual. Es decir, al finiquitar la época dorada de expansión del capital —la cual benefició a la sociedad durante la llamada “Pax americana” del siglo XX, época en que EEUU deslumbró al mundo con un su hegemonía unipolar—, el gradual empobrecimiento pese al genio individual y el respeto por las libertades del otro comenzó a transformarse en un enojo generalizado debido al ascenso de una oligarquía formada por políticos y banqueros que hicieron aparecer un fenómeno muy inusual: el populismo estadunidense en la coyuntura histórica por la cual Jeff Bezos ostenta una fortuna de $200 mil millones de dólares mientras que un ciudadano promedio de a pie posee ahorros de no más de mil dólares.

Tan acuciante desigualdad parecería motivar a una parte considerable del espectro social a votar por Trump, quien se considera a sí mismo anti-establishment, salvo que la mayoría de encuestas favorecen a su adversario Joe Biden.

Joaquín Flores del portal Strategic Culture, por otra parte, confirma el surgimiento de una clase popular que comienza a ver su futuro perecer al poner de manifiesto la dicotomía tecnocracia vs la República, y fustiga duramente a la oligarquía que parece implementar un orden técnico en el que “la vasta mayoría de las personas será considerada redundante”, en clara referencia al auge prontísimo de la Inteligencia Artificial. Hace un llamado al cese de la guerra de clases entre la oligarquía y la gente común al proponer una sociedad pluralista y armónica. Por mi parte destaco la semejanza de este artículo con aquel de del multimillonario Nick Hanauer aparecido en 2014 en el portal Politico, y que se ha vuelto un referente indispensable para entender la rebelión contra la plutocracia que parece esbozar una nueva revolución americano-estadunidense con posibles reverberaciones a lo largo del continente.

La incorporación de todos los sectores de la gente común en lucha contra la oligarquía tecnológica se pone de manifiesto, en ciernes, con la llegada a la presidencia de Donald Trump, quien ha mutado de su evangelismo blanco anglosajón al de la unidad vasta, decisora y definitiva: “Ex pluribus unum”.

Al hacer un llamado entonces a “un sólo movimiento, un sólo pueblo, una sola familia, una sola nación”, se rompen de ese modo todas las filosofías que apelaban a un soberanismo del individuo para hacer surgir una voluntad general, es decir, un sujeto histórico en la que la los ciudadanos enajenan sus libertades para entregarlas a un líder que sea capaz de promover un nuevo contrato social y de regenerar al sistema para hacerlo garantizar como equitativo en la distribución de la plusvalía, si es que apelamos al lenguaje marxista, definida como el valor no retribuido al trabajador por su fuerza de trabajo. Esto es algo inaudito. Ello no implica desde luego el advenimiento del marxismo en EEUU de la mano de Trump, sino más bien el innegable trance extático de revolución que parece adelantar, tal como se percibe en el ambiente de sus discursos, máxime del hecho de que la deuda de EEUU y su nivel estratosférico parece exigir medidas no heterodoxas e incognoscibles que no dependan de la facilitación cuantitativa de la Reserva Federal con cargo al erario público para aliviar los estragos del neoliberalismo banquero desregulado, el cual llevó a la quiebra a la otrora primera potencia mundial con una deuda soberana (!) de $26 millones de millones de dólares (trillions en inglés). ¿Estamos ante una re-significación de EEUU mismo?

De ese modo me atrevo a formular cuatro escenarios para la elección del 3 de noviembre tomando en consideración lo disputado del fenómeno electoral, las encuestas, el descontento contra la oligarquía, el riesgo ante un posible fraude en la contabilidad de los votos, así como la polarización social y el supremacismo WASP de cultura balística aunado al ala violenta de la izquierda radical ANTIFA:

  1. Victoria cerrada de Biden. Trump reconoce su derrota.
  2. Victoria cerrada de Trump. Biden reconoce su derrota.
  3. Biden y Trump se autoproclaman ganadores simultáneamente. Crisis constitucional a resolverse extemporáneamente en la Suprema Corte.
  4. Radicalización del tercer escenario. Guerra civil 2.0.

Se le atribuye a Mark Twain el apotegma “la historia no se repite, pero rima”. EEUU se encuentra sin lugar a dudas en una zona atípica y se desliza en una terra ignota, por lo que sólo el tiempo desvelará a qué acontecimiento pudo parecerse esta difícil coyuntura. Si apelamos a Ludwig von Mises, EEUU estaría a punto de revelarse como la teocracia geomitológica que fundamentalmente estaba destinada a ser. ¿Estamos pues ante el fin de la soberanía del individuo privado y el auge de un nuevo paradigma colectivo y público que exclama por una auténtica libertad democrática?

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